domingo, 18 de diciembre de 2022

EVANGELIOS GNÓSTICOS

    Recuerdo haber escuchado hace algunos años acerca del Evangelio Según Judas y cómo este era un “evangelio gnóstico”. ¿Qué significa esto exactamente y por qué no aparece en la Biblia?

    Esta es una gran pregunta que además se vuelve cada vez más relevante debido al reciente interés de los medios de comunicación en las figuras del Nuevo Testamento. Este interés ha llevado a la producción de varios programas de televisión. Es importante que los cristianos sepan qué es correcto en dichos programas y qué es incorrecto. Algunos de estos programas se refieren a los evangelios gnósticos con el afán de trastocar la auténtica fe cristiana.

    Cuando se habla de los evangelios gnósticos, casi siempre se hace referencia a una colección de manuscritos antiguos (en copto) que se descubrieron en 1945 cerca de la aldea de Nag Hammadi, en la parte alta del Nilo en Egipto. Estos manuscritos, datados por los especialistas en el siglo cuarto, fueron escondidos con el fin de preservarlos de la destrucción tras un decreto de Sn. Atanasio que prohibía el uso de escritos heréticos. Se ha publicado una traducción al inglés de estos documentos que puede encontrarse en internet con facilidad.

    Algunos de estos escritos llevan el título “evangelio” junto con los nombres de personas importantes del Nuevo Testamento. Por ejemplo, la biblioteca de Nag Hammadi contenía escritos identificados como el Evangelio según Pedro, el Evangelio según Tomás, el Evangelio según Felipe y el Evangelio de la Verdad, entre otros. Otros escritos gnósticos fueron también descubiertos en tiempos recientes, incluyendo el Evangelio según Judas.

    Sin embargo, a pesar de que estos escritos lleven el nombre “evangelio”, debe tenerse sumo cuidado al distinguirlos de los cuatro evangelios auténticos del Nuevo Testamento: Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

    Con el fin de comprender quién escribió los evangelios gnósticos y por qué fueron prohibidos, debemos recordar que los primeros cristianos tuvieron que enfrentarse a varios movimientos que enseñaban falsas creencias acerca de Jesús. En el siglo I, los grandes desafíos de la fe auténtica provenían de grupos como los docetas (quienes creían que Jesús no tenía un cuerpo material de carne y hueso) y los adopcionistas (que pensaban que Jesús fue “adoptado” por Dios Padre en algún momento de su vida y le concedió poderes divinos solo por un tiempo), entre otros. En el siglo II surgió un grupo de personas conocidos como gnósticos.

    Los gnósticos creían que el cuerpo material en realidad atrapaba una “chispa divina” dentro y que solo podía liberarse mediante un conocimiento especial (incluso secreto), o gnosis en griego. Los gnósticos compusieron escritos en el siglo II afirmando que habían recibido este conocimiento especial de personas que conocieron directamente a Jesús. Intentaron hacer legítimos y dar validez a sus escritos dándoles el nombre “evangelio” y atribuyéndolos a uno de los Doce Apóstoles.

    En tanto que los evangelios gnósticos pudieron haber usado algún contenido de los evangelios canónicos según Mateo, Marcos, Lucas o Juan, también modificaron este contenido de forma que distorsionó el mensaje cristiano y hasta contradijo la verdadera enseñanza apostólica.

    Aquellos que sostenían con firmeza la fe auténtica transmitida por los Apóstoles comenzaron a identificarse a sí mismos como “católicos” y se distinguieron claramente de los gnósticos y de otros grupos similares. Vemos esta separación intencional basada en la fe correcta teniendo lugar apenas en el año 107 en la Carta a la Iglesia en Esmirna de Sn. Ignacio de Antioquía: “Donde sea que deba aparecer el obispo, que también esté presente una multitud; así como donde sea que esté Jesucristo, está la Iglesia Católica”.

    Con el fin de proteger a los cristianos de ser llevados a la deriva por estas enseñanzas erróneas de los gnósticos y de otros, la Iglesia Católica en Roma publicó una lista de escritos aprobados apenas en los finales del siglo II (año 170 aprox.) llamado el Canon de Muratori. Esta lista fue entonces circulada en el mundo cristiano naciente para prevenir cualquier otra confusión causada por la influencia gnóstica. El Concilio de Nicea definió entonces formalmente la lista de escritos que deben ser considerados parte del Nuevo Testamento en el año 325. Desde entonces, los evangelios gnósticos y otros escritos gnósticos han sido rechazados por todos los cristianos.

Noroeste Católico – septiembre 2017

jueves, 13 de octubre de 2022

ASÍ SURGIÓ LOS APELLIDOS

 ASÍ SURGIÓ LOS APELLIDOS

    En la antigüedad, no existían los apellidos. Tomemos la Biblia, por ejemplo: A los personajes del Antiguo y Nuevo Testamento se les conocía por su nombre: Abraham, Moisés, Pedro, Juan, Mateo, Jesús, María y José. No había tal cosa como Abraham Pérez, Mateo Delgado o José García. (Cuidado: Iscariote no era el apellido del traidor Judas, ni Tadeo el del santo; eran sobrenombres, apodos).

     Con el tiempo, las comunidades se poblaban cada vez más y más, y de momento surgían las dudas:

 —Llévale este mensaje a Juan.

—¿Cuál Juan? —preguntaba el mensajero.

—Pues Juan, el "del valle" —explicaba para distinguirlo del otro Juan, el "del monte".

     En este caso, los apellidos del Valle’ y del Monte, tan comunes hoy en día, surgieron como resultado del lugar donde vivían estas personas. Estos se llaman "apellidos topónimos", porque la toponimia estudia la procedencia de los nombres propios de un lugar. En esa misma categoría están los apellidos Arroyo, Canales, Costa, Cuevas, Peña, Prado, Rivera (que hacen referencia a algún accidente geográfico) y Ávila, Burgos, Logroño, Madrid, Toledo (que provienen de una ciudad en España).

    Otros apellidos se originan de alguna peculiaridad arquitectónica con la que se relacionaba una persona. Si tu antepasado vivía cerca de varias torres, o a pasos de unas fuentes, o detrás de una iglesia, o al cruzar un puente, o era dueño de varios palacios, pues ahora entiendes el porqué de los apellidos Torres, Fuentes, Iglesias, Puente y Palacios.

    Es posible que hayas tenido algún ancestro que tuviese algo que ver con la flora y la fauna. Quizás criaba corderos, cosechaba manzanas o tenía una finca de ganado. De ahí los apellidos Cordero, Manzanero y Toro.

    Los oficios o profesiones del pasado también han producido muchos de los apellidos de hoy en día. ¿Conoces a algún Labrador, Pastor, Monje, Herrero, Criado o Vaquero? Pues ya sabes a qué se dedicaban sus antepasados durante la Edad Media.

     Otra manera de crear apellidos era a base de alguna característica física, o un rasgo de su personalidad o de un estado civil. Si no era casado, entonces era Soltero; si no era gordo, era Delgado; si no tenía cabello, era Calvo; si su pelo no era castaño, era Rubio; si no era blanco, era Moreno; si tenía buen sentido del humor, era Alegria; si era educado, era Cortés.

     Quizás la procedencia más curiosa es la de los apellidos que terminan en -ez, como Rodríguez, Martínez, Jiménez, González, entre otros muchos que abundan entre nosotros los hispanos.

     El origen es muy sencillo: -ez significa "hijo de". Por lo tanto, si tu apellido es González es porque tuviste algún antepasado que era hijo de un Gonzalo. De la misma manera, Rodríguez era hijo de Rodrigo, Martínez de Martín, Jiménez de Jimeno, Sánchez de Sancho, Álvarez de Álvaro, Benítez de Benito, Domínguez de Domingo, Hernández de Hernando, López de Lope, Ramírez de Ramiro, Velázquez de Velasco, y así por el estilo.

     Así mismo ocurre en otros idiomas: Johnson es hijo de John en inglés (John-son); MacArthur es hijo de Arthur en escocés; Martini es hijo de Martín en italiano.

     Es así como, poco a poco, durante la Edad Media, comienzan a surgir los apellidos. La finalidad era, pues, diferenciar una persona de la otra. Con el tiempo, estos apellidos tomaron un carácter hereditario y pasaron de generación en generación con el propósito de identificar no sólo personas, sino familias.

 

Autor: Fernando Trejo Luna